La alegría verdadera tiene que ver con ciertos contactos profundos, sutiles.
Llega sin avisar, en forma de serenidad, de certeza, de calma.
Diremos: “para estar alegres es preciso que se den ciertas condiciones externas, y estas condiciones no se dan”.
La sociedad nos habla solo de la alegría de los logros externos: en forma de victorias, de premios, posesiones. Es una alegría aparente, impostada.
Pero la alegría es una construcción interior que nada tiene que ver con lo externo.
Es un estado muy profundo, aquí, ahora mismo: es como un nido en el interior.
“Una alegría inmensa me invadió ayer al sentarme tras la tapia de un colegio, al sol, en el recreo de los niños, cuando todas esas voces, esas preciosas voces, me llegaron como un canto celestial...”
Hay otras alegrías, las verdaderas. Hay que cuidar esa llama.
"La alegría verdadera no se funda en nada visible o tangible, es una alegría sin causa que os proporciona la sola sensación de existir como alma y como espíritu. Así pues, en vez de esperar a poseer algo o a alguien para alegraros, haced lo contrario: alegraos por la mera existencia de los seres y las cosas, porque es en esta alegría que os proporcionan que tenéis la sensación de que os pertenecen. Sólo lo que os da alegría os pertenece verdaderamente, mientras que lo que os pertenece no os da necesariamente mucha alegría.
Todo lo que os alegra, lo poseéis, y mucho más que si fuerais sus propietarios. ¡Cuánta alegría podéis sentir ante la belleza de la naturaleza, la salida del sol, el cielo estrellado! Y sin embargo materialmente no os pertenecen. Lo más importante no es por tanto la posesión, sino la facultad de alegrarse."
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Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”
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